Cuento

CUENTO
De Graciela Baravalle
Nieta de Rosalia Micheloud de Baravalle
Bisnieta de Anne-Marie Dayer (de Georges y de Magdalena Mayoraz,
nacidos en Hérémence – Valais, Suisa) y de
Vincent Silvius Micheloud (de Vincent y de Magdalena Crettaz) nacido en Vex – Valais, Suisa.

LA MUÑECA DE ROSALIE

 

Desde que la conocí me di cuenta que seríamos la una para la otra. Yo podría ser el espejo de su alma y su más fiel compañera y ella podría ser quien diera a mi espíritu la posibilidad de la humanidad. Todos los muñecos sabemos que si un niño nos ama intensamente puede conseguir que EL HADA DE LOS NIÑOS nos conceda el más anhelado de nuestros deseos: ser de verdad. Todos los niños saben que un muñeco puede, al modo de Pinocho, convertir el alma de un niño en una fuente inagotable de amor y generosidad capaz de recrear los más bellos paisajes del mundo.

Resulta difícil poner en palabras todo lo que vivimos. Transformábamos el mundo con sólo imaginarlo. ¡¡ Formábamos un dúo perfecto!!. A mí me seducían notablemente sus cantos y sus juegos. Me quedaba embelesada viendo el despliegue de su infancia dorada. Ella hacía de mí, un partenaire de lujo. Me llevaba y traía, convirtiéndome en una actriz de incomparable estilo. Las mejores galas de un teatro de hadas se desplegaban día a día entre nosotras. Las palabras más profundas y sinceras se convertían entre nosotras en diálogos tan auténticos como vitales.  Nos convertíamos en las protagonistas del más bello escenario de una obra  teatral.

Su padre insistía en que utilice horas de sus días para los dibujos. Pero no. Prefería jugar conmigo. No se entusiasmaba con esta  forma de dejar huellas y de construir su identidad. Prefería nuestras actuaciones y nuestros diálogos. Sólo yo lograba convencerla de que el mejor regalo que podía hacerme eran sus pinturas . Cuando quería agradarme ya sabía: tomaba sus lápices y con movimientos enérgicos y acompasados,  garabateaba mágicos trazos que se convertían en las figuras más colosales: hormigas y verbenas; zorros y luciérnagas, ventisqueros y trineos. ¡¡Yo era feliz conociendo su mundo a través de sus trazos!!.

Decían que había heredado de su padre está costumbre de dejar marcas. Don Joseph acostumbraba a dejar signos con su pluma y su tinta; la niña era capaz de hacer maravillas con las acuarelas y los grafitos.

I Las primeras pérdidas

 

Un buen día observé que empezó a estar más callada. Sus risas se iban distanciando de nuestra escena cotidiana y sus juegos dejaron de ser campanas al viento y palomas volando. Sus ojos azules dejaron de tener el brillo de siempre y comenzaron a teñirse de un azul más oscuro, no tan transparente. Tomaron el color de las tardecitas de niebla.

¿Qué le pasaría?. Ya no era la niña de siempre. Comenzó a tener momentos de inactividad. Casi, diría, de tristeza. Pasaba muchas tardes sentada bajo los tilos mirando el cielo azul y las cimas nevadas de los montes de Hérémence. Cuando por fin pudo hablar, me contó que su papá había decidido partir a América; que a pesar de que su mamá no mostraba mucho interés él consideraba que era una gran oportunidad para la familia. Esa tarde yo tampoco supe qué decir. Cuando me apretó muy fuerte contra su pecho, sólo escuché silencios, lágrimas y un dolor muy profundo. Tuve terror que no me llevara con ella. En el primer momento ni siquiera pude preguntarle qué sería de mí.  Hasta que, por fin, un día pude hablar. ¡¡Cómo me tranquilizaron sus palabras!!. “Pero, Poupée”, me dijo. “¿Cómo puedes pensar que te abandonaría aquí?. Vos sos parte de mi vida; sabes que no podría acostumbrarme a vivir sin vos?. “.

      Una noche me desperté sobresaltada escuchando que le hablaba a su papá de manera inusual; con vos más alta al principio y llorando mucho después. Hasta que se hizo un silencio muy profundo. Vino donde yo estaba; me abrazó y me dijo: “no me dejan llevarte conmigo. Papá dice que no hay lugar para muñecas”; “él no entiende que vos no sos una muñeca; vos sos mi amiga. Además, no puedo vivir sin vos”. No tuve palabras…me quedé muda…mirando, esperando que me dijera que no era verdad; que su padre entendía o más bien que ni siquiera se había planteado esto porque era tan obvio que no podíamos vivir la una sin la otra. Pero no: los pinceles sí, la muñeca, no.  Atrás quedarían nuestros días donde lo compartíamos todo: risas y llantos; aventuras y desafíos.

Me quedaría en el valle como testigo lo vivido hacia 1850 recordando que la pobreza vivida en esa época había sido la causante de nuestra separación.

¡¡Es sólo una muñeca”!!, escuché de su padre. “Allá debe de haber otras muy bellas”, entendí que decía su madre. A pesar de la insistencia de mi pequeña amiga, no hubo arreglos. Don José lo había decidido: “sólo útiles necesarios para el trabajo y las pertenencias muy personales”. Las palabras se apagaron  y así, en silencio, comencé a pensar en la separación.

II La partida

 

De pronto, un sacudón me despertó. Era Dona Madeleine que me envolvía en una manta de cuna y me acomodó en un baúl oscuro. Desde un cerrojo podía ver un porción muy limitada del mundo pero no me preocupaba porque podía escuchar, clarísimas, todas las palabras que se pronunciaban a mi alrededor y, sobretodo, partía junto a mi tan queridísima Rosalie.  Es así que participé de lejos de la reunión que se hizo, antes de partir, en casa del señor  Alexandre, su tío paterno mayor. Escuché voces tanto de los Dailloud como de los Midaz( la familia de la mamá de mi amiga) pero sin mucha pompa. “¿ Es que acaso no se habían reunido para celebrar la partida?”.  Desde lejos podía verse, en el medio de la “cave” (léase sótano), los vasos servidos con el licor de siempre…el de los festejos…aunque por el clima que se percibía parecía que allí no se festejaba nada.

La Poupée sur la Malle

Las voces de mujeres estaban ausentes y los hombres pronunciaban cosas que yo ya había escuchado mil veces; como si quisieran llenar un tiempo. Eso sí, cuando llegó el momento de partir, muy emocionado, el señor Alexandre invitó a todos a poner sus vasos vacíos en un gran hoja de papel, que luego juntaron por el borde superior, y se lo entregó a Don Joseph a modo de regalo: “ para que te lleves nuestro último brindis”, le dijeron. Él los puso junto a mí, en un lugar protegido del baúl. Vi como se abrazaban  todos, muy fuerte, sin ninguna lágrima. Y comenzamos a caminar.

III La primera parada

 

Dunkerke se convirtió en nuestro primer alto en el camino. Desde mi rincón oscuro fui sacudida notablemente por los empedrados de la ciudad y los golpes entre los baúles. Olores a gente apretada y voces estridentes y confusas acompañaron nuestro ingreso a un gran salón. Allí  permanecimos unos cuantos días, hasta el embarque. Escuché a los hombres hablar muy enojados ante el incumplimiento de las promesas. Noté que algunas expresiones eran más reconfortantes ante la presencia  de un señor que hablaba una lengua desconocida para mí. De reojo, alcancé a ver que Rosalie tomó por primera vez los pinceles para esbozar su rostro: era un señor de cabello, barba y enormes bigotes blancos, vestido con traje negro y camisa blanca; con moño negro y ojos, también, muy negros. De mirada profunda y valiente. Ese señor al que don Joseph había mencionado varias veces, como un gran hombre. Por el dibujo que hizo Rosalie me parece que le cayó bien el señor. Ella sabía descubrir el alma de la gente.

Vdm_02_capitaine

IV Cuando el brillo se apaga

 

Iniciada la marcha por barco, comenzaron muchos interrogantes para mí. Dejé de compartir su existencia cotidiana e inicié mi propio recorrido. Supe de cocinas de brujas y  de  toneles alterados; de apretujones y sacudones. Al principio las voces tejían cantos y sonaban con fuerza. A medida que pasaba el tiempo se iban apagando y se escuchaban llantos de niños y quejas silenciadas. Hacía mucho tiempo que todo era lo mismo. Todo era amargo y confuso. Se olía a tristeza y a sal. La música de las olas se transformaba en un mensaje temible: sin cielo y sin brisa el baúl parecía convertirse en mi tumba. ¿Para qué seguir tejiendo sueños?. ¿Para quién continuar esta vigilia?.

Una noche, en la que la oscuridad rodeaba cada hendija de la embarcación y desde el sótano podía vislumbrar que la muerte estaba cerca, me sobresalté, al escuchar gritos desgarradores. Supe que un niñito de 10 meses no resistió. No sé qué me pasó, pero yo tuve una sensación horrible. Supe que esa noche no sólo el niñito dijo basta; tuve la desgarradora sensación de que Rosalie también tocaba fondo y renunciaba a vivir. No me equivoqué. Ese día las brujas salieron todas juntas y escuché que se preparaban para convencer a la niña,“ ¡¡mi amiga!!”, que no valía la pena seguir.

V El trato

 

No supe bien qué y cómo pasó. Desde el sótano y metida en un baúl sólo podía participar desde muy lejos. Sí escuché voces de doña Madeleine que a medida que se aproximaban al baúl  notaba que me involucraban. “¡¡Aquí está!”. “¡¡Por suerte la traje!!”. Me tomó en sus brazos y partió con una prisa no acostumbrada en ella. Llegué a la cubierta del barco.

¡¡Por fin respiraba aire puro!!”.La noche estaba iluminada por una luna increíblemente blanca. Pero…las caras que yo veía no eran las que yo acostumbraba a ver en el Valle. Se olía un silencio de muerte. La distancia se había transformado en una muralla de hielo. La niña, “ ¡¡ mi niña!!”, estaba blanca como la sal y fría como la nieve. “¿Qué extraño sortilegio se había apoderado de ella, siempre tan llena de vitalidad y desbordando de alegría!!”. “¿Dónde habían quedado sus demandas permanentes y su mirada tan llena de estrellas y de luces?”.

“¿Hacia dónde dirigían sus ojitos su mirada lejana?. “¿Qué extraña sensación invadía a todos los que estaban a su alrededor al no poder contagiarles la vida?”.

Entonces supe que tenía una misión increíble: que debía darle la vida que siempre había querido para mí. Que era el momento de ofrecerle al Hada de los Niños toda mi energía para que transforme el débil suspiro de Rosalie en impulso vital, que anima y  multiplica vida. Sabía que el Hada podía escuchar mi pedido. Sabía también que debía ofrecer algo a cambio. Y fue así. Renuncié para siempre a transformarme en el Pinocho de verdad a cambio del aliento vital para mi niña.

VI La renuncia

 

Era el 24 de diciembre. En un rincón del barco se celebraba la misa de Navidad. En el improvisado altar brillaba tenuemente una estrella y, a su lado, la cuna del niño se iluminaba con sus destellos. Yo sabía que allí se encontraba el HADA de los NIÑOS , en la punta misma de la estrella de Nöel. Y fui hasta allí. Ella me recibió con su mansedumbre de siempre; escuchó mi pedido y mi propuesta.

  • “¿Estás segura que renuncias a transformarte en una niña de verdad?”

  • “Es mi mayor deseo, para poder ayudar a Rosalie!!”

  • “¿Cómo y cuándo quieres que traspasemos tus poderes a la niña?”

  • “Cuando suenen las campanas de la medianoche. En el momento mismo en que el NIÑO nace, deseo que renazca en mi niña su deseo de vivir”.

Es así que en cubierta todos pudieron ver que cuando las velas se encendían con más fuerza y las canciones vibraban al unísono en la Noche de Paz, una niña moribunda recibía en sus manos una muñeca y, tímidamente, la apretaba entre sus brazos. A pesar de la penumbra la luz de una estrella muy brillante se detuvo en los ojos de la muñeca. Todos los presentes pudieron observar que en ellos, en sus ojos, se percibía un brillo muy especial: no era el vidrio ni el color; no era el material ni la luz estelar : era algo muy diferente. De pronto el brillo de los ojos del juguete comenzaron a apagarse, en el mismo instante en que la niña abrió tímidamente sus párpados; en el mismo momento en que sus labios exhalaban un suspiro diferente y se escuchó una expresión de sorpresa y alegría:

“¡¡Poupée. Estás conmigo. Ya todo será diferente!”.

vdm_3_retrouvailles

VII Ofrenda de amor

 

¡¡ Ella se abrió a la vida y se repuso casi de inmediato. Demoraron unos días en volver los colores al rostro al tiempo en que recuperaba su energía otrora desbordante!!. Enseguida se dio cuenta del cambio operado en mí. Al principio parecía no resignarse. No paraba de hablarme y de contarme cosas; de acunarme y de llevarme de aquí para allá. Luego recurrió a lo que para ambas era mágico: las pinturas. Comenzó a recrear los más increíbles paisajes de mar y cielo; de barcos y piratas.

Hasta que por fin, casi en el momento en que las aguas comenzaban a ponerse verdes, me dijo:

“Querida Poupée…anoche tuve una visita. El HADA de los NIÑOS vino hasta aquí y me contó un secreto. Me dijo que te había elegido para que la acompañaras a vivir para siempre en la Estrella del árbol que acompaña al pesebre, en la Noche de Navidad. Que ella misma se encargaría de que llegues a las manos del niño que más lo necesite. Y que así operarías, cada nochebuena, el más bello de los milagros: darías fuerza de vida a un niño de gran corazón. Y no pude decirle que no. Aunque me duela en el alma. Yo sé que tu mayor deseo es acompañar a los niños buenos e instalarte en su corazón. Pero que tengo un compromiso con vos: debo dibujarte diariamente lo que yo vea para que siempre estemos unidas. Ya no serán las palabras nuestro lazo sino los dibujos, las imágenes. Te prometo que todos los días te haré las más bellas pinturas. Por último, me pidió que eligiera un lugar muy especial donde dejarte. Que ella se encargaría de mostrarme cuál era ese lugar”.

VIII Lazos para siempre

 

El Lord Raglan avistaba Buenos Aires. En la cubierta mi niña me apretaba fuertemente. En el momento en que el barco se detenía una hermosa paloma blanca se posó muy cerca nuestro. En ese instante ella me miró profundamente y una lágrima asomó a sus ojos en el momento en que me dijo:

“- Éste es el mensaje Poupée. Esta paloma es la encargada de llevarte con el Hada de los Niños. Sé que ella será, también, la mensajera para contarte todo lo que pinte para vos, en cualquier lugar donde te encuentres. Prepárate para conocer cosas increíbles. Yo seré feliz al saber que estarás con cada niño que necesite de tu amor y de tu entrega. ”

 Y levantando sus manitos, me entregó en su pico y me fui volando.

vdm_04_envol